
La pandemia terminará cuando termine. Ni un día antes, ni uno después. Es vital aceptar que la única certeza es el día de hoy. Nos encontramos en una situación de indefensión aprendida y no nos queda de otra que trazar estrategias, como las medidas de prevención altamente recomendadas. Pero eso y el apoyo mutuo, cuidarnos entre nosotras, es todo lo que se puede hacer. Ni el enojo contra quienes imprudentemente salen; ni la frustración contra la burocracia mexicana; ni el estrés que puede producir el aumento imparable de personas contagiadas, nada de eso ayudará a terminar con la pandemia. Lo único liberador es aceptar que el fin de la pandemia llegará cuando tenga que llegar.
La peste de Albert Camus resulta esclarecedora en este sentido (y en otros más relacionados con la pandemia actual):
“En especial, toda la ciudadanía se privó pronto, incluso en público, de la costumbre que habían adquirido de hacer suposiciones sobre la duración del aislamiento. ¿Por qué? Porque cuando las personas más pesimistas le habían asignado, por ejemplo, unos seis meses, y cuando habían conseguido agotar de antemano toda la amargura de aquellos seis meses por venir, cuando habían elevado con gran esfuerzo su valor hasta el nivel de esta prueba; puesto en tensión sus últimas fuerzas para no desfallecer en este sufrimiento a través de una larga serie de días, entonces, a lo mejor, una amistad que se encontraba una noticia dada por un periódico, una sospecha fugitiva o una brusca clarividencia, les daba una idea de que, después de todo, había razones para que la enfermedad durase más de seis meses o acaso un año o más todavía.”