
Fórmula para que, durante más de dos siglos, tu novela, además de leída, sea una fuente de inspiración para miles de obras: una mente joven y educada, dedicada enteramente a leer y a escribir desde la más tierna infancia, un círculo de amistades y familiares de distinguida fama literaria e intelectual, teorías feministas, un clima desapacible, un encierro obligado, un concurso para escribir una historia de terror, una habitación propia, una pesadilla.
Agrégale a esto un personaje que se crea un dios y busque responder dónde residirá el principio de la vida. Un personaje cuya obsesión lo aleje de la familia y de la sociedad. Un personaje tan siniestro que sea capaz de realizar un trabajo en secreto porque incluso a él mismo le resulte horroroso. Y tan espantoso sea el resultado de dicho trabajo que él mismo desprecie su creación.
Añádele otro personaje rechazado por su inventor desde que le da vida. Dota a este personaje de una inteligencia superior, de un aspecto físico diferente, que sea vegetariano, con un cultivado espíritu original y que le guste leer. Aléjale de todo contacto humano, no por voluntad propia, sino porque la gente con la que se encuentre sea incapaz de mostrar un mínimo de compasión por él. Personas que se dejen llevar por las apariencias y lo agredan una y otra vez. Haz que este personaje sufra a lo largo de tu novela discriminación, violencia y, sobre todo, el deseo insatisfecho de ser amado. Ah y no le pongas nombre, este personaje debe ser tan abominable incluso para ti que no lo nombres más que con términos como monstruo, engendro, criatura, eso o demonio.
“…¿…cómo describir aquel engendro al que con tantos sufrimientos y dedicación había conseguido dar forma? Sus miembros era proporcionados, y había seleccionado unos rasgos hermosos… ¡Hermosos! ¡Dios mío! Aquella piel amarilla apenas cubría el entramado de músculos y arterias que había debajo; tenía el pelo negro, largo y lustroso; y sus dientes, de una blancura perlada; pero esos detalles hermosos solo acentuaban el tétrico contraste con sus ojos acuosos, que parecían casi del mismo color que las blanquecinas órbitas en las que se hundían, con el rostro apergaminado y aquellos labios negros y agrietados.”
Victor Frankenstein alejándose horrorizado de su propia creación. Ilustración del libro en su edición de 1831 .
Súmale a esta fórmula, no solamente la narración de los hechos novelescos, sino las reflexiones sobre la responsabilidad ética a la hora de hacer experimentos. Adiciónale descripciones admirables de paisajes fabulosos. Haz que en partes importantes de la obra, los personajes escriban cartas donde compartan sus vivencias, temores, sueños y emociones con sus seres queridos. Eso sí, el único que no debe escribir cartas es tu personaje sin nombre. Recuerda que debes mantenerlo aislado del contacto humano, de las amistades. Es esencial en tu texto.
Recomiendo Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley (30 agosto 1797-1 febrero 1851) quien con solo 19 años escribió la que se considera una novela de terror gótico, precursora de la ciencia-ficción y un dilema ético sobre los límites de la ciencia, publicada originalmente en inglés en 1818. Su última edición en español fue en 2018 por Editorial Ariel.
Que la lectura sea deseada y gozosa, sino, mejor no leas.